Réquiem por un Big Mac
La vida imita al arte. Las películas que vemos, los libros que leemos, los ídolos que adoramos; todos ellos condicionan nuestro comportamiento y nuestra forma de ser. Y actualmente, en esta civilización en la que vivimos, ya muy poco cristiana, pero sí occidental, gran parte de nuestros referentes proceden de ese gigante corporativo llamado Estados Unidos. En España, los centros comerciales, franquicias de comida rápida y otros muchos monumentos al consumismo, antes solo vistos en filmes o revistas, se han convertido en elementos esenciales de cualquier ciudad que se precie, lo que por desgracia ha modificado nuestro modo de vida en todos los sentidos. De hecho, ha llegado a convertir una necesidad, como lo es la alimentación, en un mero negocio, que utiliza estrategias de márquetin para lucrarse a nuestra costa.
Una de las características más llamativas de la industria alimentaria actual es el uso de aditivos en cualquier producto. Un paquete de pan de molde, un bote de salsa de tomate o una caja de cereales tienen posiblemente más químicos y sustancias nocivas que un cigarrillo. Por no mencionar el azúcar, esa especie de polvo mágico, que contiene cualquier alimento mínimamente procesado y que nos da energía, beneficia la producción de la hormona de la felicidad y tiene un sabor exquisito; que sea la causante de la diabetes hiperglucémica es una pequeñez. El verdadero problema es que es imposible escapar del azúcar. Ingerimos unas cantidades ridículas de ella a diario y quien diga lo contrario, miente. Además, cuanto más la consumes, más la necesitas. Las corporaciones lo saben y utilizan la adicción de los consumidores al azúcar para generar beneficios.
Otro de las métodos que tiene la industria alimentaria de aprovecharse del consumidor son las cadenas de comida rápida. Ya no existen cafeterías, solo Starbucks; no hay hamburgueserías, solo McDonald’s; y es imposible encontrar pizzerías, solo Domino´s. El bombardeo de estímulos causado por la visita a cualquiera de estos locales es abrumador. En el instante en el que se atraviesa la puerta de cualquiera de ellos, el cliente queda anonadado por las decenas de carteles luminosos que le ordenan consumir y el olor extrañamente apetitoso de la grasa, que le nubla e hipnotiza. Aunque he de admitir que este tipo de restaurantes son tremendamente cómodos. Comida sabrosa, servicio rápido y opciones para toda la familia: los niños tiene su Happy Meal, los adolescentes su Big Mac y los adultos su ración semanal de colesterol, que irá en aumento en cada visita a la franquicia. Y es que el establecimiento de comida rápida es al consumidor de este tipo de productos lo que el casino es al ludópata. No se tardará en rodar un remake de Réquiem por un sueño en el que los protagonistas se maten no por heroína, sino por un trozo de pizza barbacoa. Será entonces cuando el arte imite a la vida.
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