La Iglesia, presente y futuro del mundo
La Iglesia Católica, en palabras del ya papa emérito Benedicto XVI durante la JMJ de Madrid 2011, "no es una simple institución humana, como otra cualquiera, sino que está estrechamente unida a Dios". Antes de iniciar cualquier valoración acerca de la actuación de la Iglesia, hay que tener en cuenta que su misión es acercar a los hombres la Verdad, y guiarles por el camino que les conduce a la verdadera felicidad propiciando un ambiente en el que puedan realizarse como personas, a la vez que alerta de los posibles errores que degradan la dignidad humana. Es, por tanto, competencia de la Iglesia enunciar, salvaguardar y enseñar la moral que ha regido la sociedad basándose en la voluntad del Dios que es amor y que busca la alegría de sus hijos.
En cuanto a la ejemplaridad de la Iglesia, es necesario puntualizar en el amplio significado de este término. Pues Iglesia es la comunidad de los bautizados o, si queremos restringir un poco este abanico, la comunidad de los creyentes y los comprometidos. Tanto un catequista, como un misionero, como un párroco, como cualquier anciana que acude a la eucaristía dominical, son tan Iglesia como puede serlo cualquiera de los cardenales recientemente reunidos en el cónclave. Y, como es lógico, en un conjunto tan extenso (no debemos olvidar que somos más de mil millones de católicos), y de naturaleza humana, es imposible evitar que surjan algunas conductas desacertadas que deben ser condenadas y castigadas para evitar su repetición y contribuir así a la perfección de la Iglesia. Sin embargo, también debe reconocerse que la labor social y espiritual que la Iglesia realiza en nuestro mundo actual supera (varias veces) a los errores que en su seno se cometen, y que será tarea del nuevo Papa erradicar.
Pero la labor del Papa no consistirá solo en combatir los errores existentes, sino que también deberá guiar a quienes se le han encomendado por las sendas de la felicidad y la Vida; mostrar los valores del Evangelio de la manera más pura que se haya visto para acercar la alegría de Cristo a cada uno de los hombres, que deben conocer que son amados "hasta el extremo" por Él; acometer las tareas de reevangelización del continente europeo, que ha pasado de exportar misioneros a ser tierra de misión; y, sobre todo, el papa Francisco deberá orar, amar y servir, porque el papado no se asienta sobre un trono sino sobre una cátedra, el asiento de los sucesores de los apóstoles, el sillón desde el que se ejerce el ministerio que, aquí sí, conserva su significado de servicio.
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